20.5.14

El polvo culpable



Hay un programa en Discovery Max que se llama Fast n’Loud. Para aquellos que no lo conozcan, es una especie de reality y sigue las peripecias de un taller mecánico de Texas llamado Gas Monkey que se dedica principalmente a comprar coches clásicos, restaurarlos y venderlos.
Yo lo veo siempre que puedo. Salen coches alucinantes, me río mucho porque están todos como cabras, y…El dueño del taller es mi polvo culpable.

Richard Rawlings. Es un señor de la América profunda, apasionado del dinero, los tatuajes, la cerveza y sobre todo los coches. Es un garrulo de campeonato que siempre está pasándose la mano por el tupé para ver si la gomina sigue en el sitio. Su mantra es ganar dinero, tiene una barriguita incipiente y no sé de qué podríamos hablar cuando agotemos el tema: Richard, cuéntame todo lo que sepas de los Fords Mustang de entre 1967 y 1973. Todos sus colegas son border line (excepto quizás el de la barba a lo ZZ-Top, ese parece un poco más centrado) y hasta la Harley que lleva es demasiado límite. Tiene pinta de ser un paleto de cuidado.


Peeeeeeeero, excepto el cerebro, el resto de partes de mi cuerpo opinan que tiene una actitud que me pone muuuuy berraca.

Ese pelazo que es un escándalo, la perilla, la manera de llevar las gafas de sol, su forma de conducir, de andar, de chulear a todo el mundo. Esos brazos llenos de tatus, los anillacos de calaveras, la cadena colgando de los vaqueros, la sonrisa torcida, la pose…Sí, sí, un carro clásico y macarra es espectacular, pero si me recoge haciendo auto stop en una carretera solitaria un canalla como este en uno de esos, yo no necesito que me lleve a un hotel, con el asiento trasero del Shelby me apaño, y eso que mi elasticidad ya no es la misma.

Espera, Richard, no, casi mejor nos vamos a un motel de esos de Texas en los que hasta las camas de niño son king size y nos aliviamos allí, que me da que tú tampoco tienes edad para contorsionismos y esto es un polvo culpable, así que no quiero acabar en urgencias por culpa de tu lumbago . Eso sí, cuando me tires con una de esas manazas sobre la cama para darme lo mío y lo de mi prima, deja el Mustang en la puerta, porfa, que lo vea yo desde la ventana, y no te me quites para ejecutar el asunto ni las gafas de sol, que me desmontas el mito y una es fetichista para según qué cosas.
Y cuando el sol se levante, un “nos vemos nena” y te me piras andando despacio hasta el coche para desaparecer de mi vida sin que nadie se entere de que he mancillado mi caché de jacos perfectos con un paleto de la América profunda que no sé a santo de qué hace que me tiemblen las piernas casa vez que toca el cambio de marchas de su joya de cuatro ruedas.