Lo que voy a contar ocurrió hace entre 8 y 10 años, en la
oficina donde trabajaba. Implicados:
-
María, la Víctima.
-
Jorge, el
Seductor.
-
Pablo, el
Amigo enrollado.
-
Lorena, la Confidente.
-
Una servidora,
la que pagó el pato.
Todos trabajábamos juntos, en diferentes departamentos de la
misma empresa. María, Lorena y yo éramos bastante amigas. Lo suficiente como
para contarnos nuestras vidas y vernos fuera del trabajo. Las tres solteras y
sin niños. Jorge y Pablo también eran amigos entre ellos. Los dos casados y con
niños. En una cena de empresa de esas de “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en
Las Vegas”, tras meses de tonteo salvaje, María y Jorge se enrollaron. Fue
bastante descarado, aunque no a la vista de todos. El asunto se repitió a lo
largo de meses en varias cenitas festivaleras
que por aquella época, dado que todos cobrábamos nóminas regularmente y la
mayoría no teníamos ni hipoteca ni niños que nos las vampirizaran, hacíamos
casi cada mes.
María me lo contó todo, hasta su preocupación por si se
colgaba de Jorge, que estaba casado y del que ella se temía no ser más que un
divertimento. Yo no dije nada ni a Lorena.
María y Jorge siguieron durante meses con sus aquí te pillo
aquí te mato en medio de un subidón hormonal inmenso por parte de ella y un
morbo creciente por parte de él. Yo fui mientras tanto, la escuchatriz de ella.
Un día que aún recuerdo perfectamente, iba de vuelta a casa
tras un viaje de negocios con Pablo, el amigo enrollado, superabierto y majete de Jorge. En avión, cruzando el Atlántico
para más señas, mira si me acuerdo. Sentaditos uno al lado del otro. La nena en
ventanilla. Y el enrollado de Pablo me sacó el tema del affaire entre risitas y confidencias al más puro estilo Sálvame de
Luxe. Yo empecé a alucinar (y a mosquearme, dicho sea de paso), porque estaba
claro que para ellos era un juego morboso sin compromiso en el que no se daban
cuenta de lo mucho que tenían que perder si el tema trascendía ni de cómo estaba quedando la mujer de Jorge mientras tanto. No solté prenda
sobre cómo se sentía María al respecto, pero quedó tan claro que yo estaba al
corriente como que Pablo también lo estaba por boca de Jorge.
Semanas después de esa conversación, María dejó de hablarme.
Así, sin más. Sin una sola explicación. No trabajábamos juntas, pero hablábamos
a diario y en
cuestión de horas, se cerró en banda como una ostra. Yo lo achaqué primero a
que era una tía un poco rara y necesitaba su espacio, después, a que dio la
casualidad de que iban a despedirla y ella lo sabía, y pensé que estaba
preparándose para dejarnos o algo así. Y luego me cansé de esperar y me fui a
hablar con ella, porque tenía otro viaje y cuando volviera ella ya no estaría
en la oficina. Se negó ni a mirarme a la cara, me despidió de su despacho con
un “tú sabrás lo que me has hecho” y ya no la volví a ver.
Cuando volví del viaje, Lorena, que siempre ha tenido buen
ojo para las relaciones y reacciones humanas, tenía preparada una sorpresa para
mí. Al ver cómo me había tratado María, aprovechó la intimidad que les brindaba
mi ausencia para averiguar sus motivos, y lo que me contó fue lo siguiente:
Resulta que el Gran Pablo, el amigo enrollado y complaciente,
de pronto empezó a hacerle a María bromitas de dudoso gusto y doble sentido
sobre su relación con Jorge. María, que bastante tenía con sentirse “la otra”,
montó en cólera y exigió saber de dónde había sacado tan delicada información,
y el Gran Pablo dijo que YO se lo había contado en aquel viaje de avión, no su
amigo del alma. Para contrastar los hechos, María preguntó a Jorge si se había
ido de la lengua y Jorge juró y perjuró por su honradez y la salud de sus hijos
que no se lo había dicho a nadie. Con lo cual, María obtuvo la certeza de que
había sido yo la que iba por ahí contando cómo y con quien se metía en la cama
en sus ratos libres. Y automáticamente me tachó de su lista de seres vivos.
Lo curioso es que una chica tan investigadora como ella podría
haber hecho lo mismo conmigo, encarárseme y pedir explicaciones. Entonces yo
habría cogido de la orejita a todos los implicados, los habría metido en un
despacho y les habría obligado a decir la verdad o a mentir como bellacos pero
mirándome a la cara. Pero cuando me enteré de la movida, María ya no estaba en
la empresa, y creí estéril meterme en fregados con el par de Listos de bragueta
floja, entre otras cosas porque ambos tenían más cargo que yo y con estos sí
tenía relación directa de trabajo.
Lo que ocurrió fue que perdí el respeto y la confianza
profesional y sobre todo personal que les tenía a ambos. Seguí trabajando con
ellos durante años, pero ya no volvimos a compartir
cervezas. El tiempo y la crisis acabó por separarnos a todos y perdí
definitivamente el contacto. Hacía mucho que no pensaba en ellos.
¿Y a qué viene esto? Pues a que hace un par de semanas me
abrí una cuenta en Linkedin por temas de trabajo (más bien por la falta de él)
y en un par de días, por obra y gracia de la red, ahí los tenía A TODOS otra
vez, con sus mejores galas profesionales a la vista, sugiriendo ser conectados.
ME CAGO EN LA MADRE QUE
PARIÓ A INTERNET.
P.D. Por supuesto, los nombres son inventados, sólo faltaría
eso, con lo jodía que es la Red para rastrear…