27.8.13

El Pantera



Un día cualquiera de este mes de agosto, encontrábame yo asomada al balcón del apartamento familiar en la playa que frecuento todos los veranos (a mi me gustaría irme a Nueva Zelanda, pero de momento lo tendré que posponer otro año) a eso de las 2 del mediodía. Calor, solazo y deliciosa brisa marina que me revuelve el pelo de vez en cuando. Frente a mi el mar y a mis pies la piscina. Lo sé, lo sé, no es NZ pero el sitio mola mucho. Sin prisa, mirando perezosa la fauna que descansa al sol.
Un par de familias con niños pequeños alborotando entre cubos de Dora la Exploradora y flotadores de Rayo Mcqueen, una pareja mayor leyendo bajo la sombrilla, preadolescentes chillones, alguna parejita tomando el sol y un grupo de 10 o 12 chavales rondando los 20 que, pertrechados de móviles última generación, baraja de cartas y miles de pulseritas fluorescentes en las muñecas, pasan el rato tumbados sobre una gigantesca alfombra de toallas.

Están todos los estereotipos: La rubia buenorra de biquini minúsculo haciendo posturitas, la amiga fea a su lado, la corte de lelos fans de la rubia que ahora le hacen cosquillas, ahora le quitan el teléfono para ver que está wattsapeando mientras la fea los mira con cara de “ojalá alguien me quitara el móvil a mi” El que en lugar de pectorales tiene tetas y sólo sabe tirarse de bomba, el tirillas con gafas, la que sería guapa si supiera qué ponerse y se atreviera a mirar a los ojos a los demás, el que ya se está quedando calvo y no para de hacerse el gracioso…Y no hay más que seguir la mirada de la rubia que ya no sabe como espantarse a los moscones para ver que llega El Surfero. Un bombón de 18 años recién cumplidos, espalda descomunal, ni un gramo de grasa en ese cuerpazo esculpido a base de hacer surf desde que tenía 6 años. Piel morena, pelo rubio, ojos azules y sonrisa Profidén. Bañador de Rip Curl, o Billabong o alguna marca de esas que sólo pueden llevar los rubios buenorros y encima, una cara de buena persona que tira de espaldas. Además de guapo es encantador, buen estudiante, educado y está a punto de empezar una carrera universitaria de las complicadas. ¿Qué cómo lo sé? Porque lo conozco desde que nació, somos familia. Era un bebé precioso, fue un niño adorable y se está convirtiendo en un hombre espectacular. Y me alegro, porque lo quiero a él y a sus padres. Las nenas se lo van a rifar en la facultad, y más de una profesora auxiliar también.
Sus amigos prácticamente le hacen pasillo y acaba sin quererlo en el centro del cotarro, repartiendo sonrisas a diestro y siniestro, hablando con este y aquel y con la rubia a punto de tirarle el móvil a la cabeza a ver si le da por mirar las fotos sexys que le hizo ayer en la playa su amiga la fea.
Eso es un príncipe azul y lo demás son tonterías.

Y entonces entra en mi campo de visión otro chaval que se acerca al grupo. Alto, flaco pero muy fibrado, bañador negro sin adornos ni fluorescencias ni la marca de turno escrita con letras gigantes. Anda despacio, elástico, cargado de espaldas, con la toalla oscura en la mano,  sin móvil, ¡¡sin móvil, sacrilegio!! Y desde mi posición ligeramente elevada (sólo estoy en un segundo piso) veo que lleva tatuado en la parte baja de la nuca el número XIII. Así, en números romanos. No le veo bien la cara, pero no es un bellezón, desde luego no es tan guapo ni está tan macizo como mi sobrino, pero se mueve como un gato y me ha dejado tan intrigada su tatu como alucinada su manera de moverse. ¡Y todo eso antes de los 20! Menos mal que llevo las gafas de sol, porque no puedo dejar de mirarlo. Rodea al grupo y extiende la toalla en las afueras de la urbanización que han formado sus amigos. Se tumba despacio, con las gafas puestas, saluda a un par de chicos y se dedica a la vida contemplativa.
Observo la reacción de las damas. Ninguna le hace caso, están ensimismadas con el Príncipe Azul. Es natural, son tan jóvenes y él es tan perfecto…
Viendo el espectáculo hormonal desde el balcón sonrío. Yo también estuve allí una vez. Tumbada en una toalla con amigos y la mayoría de edad recién adquirida. Me gusta pensar que era la que sería guapa si supiera qué ponerse pero lo que tengo claro es que mis gustos no han cambiado con el paso de los años. Sé que todas las chicas de 18 que conocí hace 20 años estarían locas por mi sobrino el Surfero, y con razón, pero a mi me habría gustado El Pantera. Sin duda.

I’m back, ladies and gentlemen!! :)