16.9.11

La democratización de la cultura

Imaginaos la estampa. Un partidazo de liga de los importantes, pantalla gigante en la plaza mayor, a rebosar de entusiastas seguidores vestidos con los colores de su equipo con espíritu festivo, y en medio del mogollón, sentada en una sillita, con cara de pocos amigos y gafas de pasta, aquí la nena leyendo jane Eyre y diciéndole a todo el mundo que se calle que no me dejan leer. Absurdo, ¿no?

Pues entonces ¿qué hacen una panda de sujetos que no han abierto un libro en su vida, que están ahí porque el paquete de la agencia incluía la entrada, que al único Miguel Angel que conocen es al del bar de su barrio, hablando por el móvil y mascando chicle con la boca abierta mientras se burlan de lo pequeña que la tiene el David, en la Gallería dell'Accademia en Florencia? Y ahí estoy yo, que adoro a Miguel Angel, que admiro su obra desde que era una niña, que he ahorrado durante un año para poder pagarme ese viaje para ver a David, que he reservado con mucha antelación las entradas para no quedarme sin ellas, que me tiemblan las piernas y se me humedecen los ojos al entrar en el espacio sagrado que le custodia, dispuesta a admirar sus desproporcionadas proporciones, su mirada fija y delirante, su espíritu indomable encerrado en mármol desde hace siglos y que seguirá intacto siglos después de que yo ya no esté…aguantando a esos tres neandertales que mejor estarían meando cerveza en una esquina de un campo de fútbol.

La democratización del arte, de la cultura, del turismo, me fastidia sobremanera. Creo que no todo el mundo debería poder ir a donde quisiera y campar a sus anchas por cualquier territorio por el simple hecho de querer hacerlo (que en muchos casos ni quieren, van porque novasairaFlorenciaynoveralDavid, hombreee) o de podérselo pagar. Sobre todo a los museos. Es un sinsentido. Los museos y los lugares sagrados (desde la catedral de Toledo hasta un glaciar en la Patagonia) deberían ser accesibles sólo para aquellos que los merezcan, que los entiendan, que los respeten. Estoy harta de ver colillas en castillos, pintadas en muros renacentistas y griterío en frente de un Boticelli.

Si a cualquier garito de tres al cuarto no te dejan entrar con la excusa de no llevar el calzado adecuado, quiero que pongan un profesor de arte en la puerta de los museos para que haga una criba de incultos, maleducados e insensibles. He dicho.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo, Sally... ¡tú, yo y una escopeta arreglábamos el mundo en diez minutos! ;-) Y que conste que yo dejaría entrar a incultos en los lugares sagrados, siempre que lo hagan con, no ya respeto sino reverencia, y la sana intención de culturizarse. SÓLO EN ESE CASO.

    Recuerdo una vez que se me ocurrió visitar El Prado, acompañada para más inri de un licenciado en historia del arte al que me había ligado (me ligaba a cada cosa.... :-) y salí cabreadísima. Con aquello de que los domingos es gratis me pasé toda la mañana esquivando niños a la carrera y madres gritonas que decían "Kevin, estate quieto" y "Yesica, eso no se toca". Todo menos coger las muy cenutrias y llevar a los chiquillos al parque, que es lo que toca..... GRRRRRR ganas de matar aumentando.......

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