13.9.10

El poder de una mirada

Ya puede estar bueno un tío que si no sabe mirarte…Ya puede tener los ojos del tamaño de lunas llenas y del color de la absenta, que si no sabe enfocar…

Soy una firme defensora de las miradas directas. Los ojos son el espejo del alma, frase manida, pero no por ello menos cierta. No me fío de una persona que no mira a los ojos cuando te habla. ¿Puede ser por timidez? No se, no me creo a un tímido de más de 30 años. Y menos en una simple conversación.

Me gusta que cuando me presentan a alguien, este me mire a los ojos, me de la mano con firmeza (sin espachurrármela ni hacerme un trasvase de sudor) y me sonría cortés. Esa persona, sólo por eso, ya entra en mi subconsciente con buen pie, y las primeras impresiones son muy importantes. Otra frase sobada pero muy cierta, como la de que la mejor forma de deshacerse de una tentación es caer en ella, así le pierdes el morbo y se te desinfla el come come que no te deja dormir, y en un par de semanas, como nueva.

Bueno, volvamos a las miradas. Hace como mil años, en mis tiempos de instituto, tenía un compañero de clase que estaba estudiando con una beca de natación (sí, un instituto peculiar el mío, con internado y todo) y el niño era una escultura griega. Alto, rubio, de ojos verdes y músculos poderosos….y soso como un arroz blanco. Te miraba a través de esas interminables pestañas con una cara de lechuguino que al final del primer trimestre ya no nos ponía a ninguna. Y no era mal tipo, era….soso, insulso, apagado, plano. Con la personalidad de una ameba, más o menos.

Y a veces te encuentras con otros menos altos, menos apolíneos, con los ojos menos grandes y las pestañas tamaño estandar. Pero de pronto, en una habitación con mucha gente, tu estás charlando con un grupo, casi ni has reparado en su presencia al otro lado de la estancia, levantas la vista un momento y te encuentras sus ojos, no, sus ojos no, te topas de frente con esa mirada intensa y desesperada que es sólo tuya, sólo para ti, que le sale de dentro, que se te clava dentro, que es como un hilo invisible que os une durante un rato, como si todo lo demás estuviera borroso. Hasta que alguien reclama tu atención o la suya.

Y pasa el momento. Pero ha sido vuestro. Para siempre.

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